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La mayoría de la población cree en el mercado como mecanismo más eficiente (¡casi único!) de organización de la economía, cree en la “ley de la oferta y la demanda”, en el carácter sagrado de la propiedad privada, en que el Estado es un aparato lento y burocrático, que tiene que reducirse al mínimo y no intervenir en la economía, etc. Parece como si “declararse en contra del libre comercio ahora fuera como declararse contra la maternidad” (Susan George, 2001, 229). Es hasta ingenuo preguntarse “quién enseñó” estos contenidos, en qué currículo y en qué programa escolar estaban incluidos. En verdad, podríamos decir que no los enseñó (en el sentido fuerte de una acción pedagógica formal e institucionalizada) nadie y, sin embargo, han sido aprendidos y asumidos por la mayoría. Porque lo “social” se educa a través de la experiencia (la vida, el trabajo, la posición que se ocupa, etc.) y los medios masivos de comunicación han hecho el resto: convirtieron una experiencia en una doctrina, lo cual refuerza la inculcación al racionalizarla, al convertirla en un conjunto sistemático de razonamientos, de argumentaciones, de principios, repetidos insistentemente hasta configurarlos como la única realidad plausible.
Parece que la escuela siempre se ha declarado al margen de toda esta socialización, proclamando una “falsa neutralidad” que hoy día se ha revelado imposible. Su currículo, su organización, las políticas educativas que la enmarcan, construyen una red en sintonía con el sistema social imperante. “La escuela contribuye a ‘civilizar’, inculcando en la población un habitus determinado: el habitus capitalista” (Tenti Fanfani, 2003). Se ha ido configurando así un consenso de “sentido común” alrededor de ciertos temas básicos de la economía, la convivencia, la sociedad y la política, que se ha construido con la colaboración de la escuela o, al menos, su silencio cómplice. Por eso se “hace necesario introducir en la institución escolar y en los movimientos pedagógicos y profesionales debates y contenidos sociopolíticos que vayan quebrando la idea de falsa neutralidad del sistema educativo. En este sentido adquiere una importancia fundamental desarrollar un curriculum cuyos contenidos desvelen los auténticos mecanismos económicos, sociales, políticos e ideológicos del poder” (Cascante, 1997, 34).
De ahí que este libro no es neutro ni lo pretende ser. No puede serlo jamás ningún libro, pues todos parten de la concepción ideológica de quien los escribe. Este libro está escrito desde una ideología que pretende ser abiertamente igualitaria, solidaria y emancipadora. Trata, en este sentido, de ser una herramienta útil al profesorado y al público en general, para reflexionar sobre algo que nos afecta profundamente, tanto en lo profesional como en lo cotidiano, y que habitualmente buena parte del profesorado desconoce. Por eso, no trata tanto de ser una aportación original, como una síntesis de los conocimientos y análisis que la comunidad crítica ha adquirido hasta ahora, haciendo especial hincapié en las repercusiones en el campo educativo y las alternativas que se están gestando actualmente en él.
Se hace en un lenguaje entendible, pues como afirma el colectivo Wu Ming (2002, 91), “para que otro mundo sea posible, debe ser posible, también, imaginarlo y hacérselo imaginable a muchos”.
Pues bien, este libro está dividido en dos partes esenciales. La primera centrada en el análisis de la globalización neoliberal y su repercusión en todos los ámbitos de la vida, especialmente la educación. La segunda, con un ánimo constructivo y esperanzador, se sumerge en las alternativas que han ido surgiendo a esta globalización en la última década y qué tipo de propuestas de educación crítica se han planteado igualmente.
Si queremos entender la problemática de la educación actual, por fuerza tendremos que dar cuenta del fenómeno, tanto económico como social y cultural, de la globalización. Para analizar adecuadamente los principales problemas del mundo actual y su relación con la educación, primero tenemos que contextualizarlos adecuadamente. A partir de este análisis es como podemos entender cabalmente las repercusiones de esta globalización en la educación. Y este es el último capítulo de la primera parte del libro. En él se desarrollan las consecuencias de las reformas neoliberales en el ámbito de la educación pública y cómo está afectando a la dinámica educativa cotidiana, a la organización y funcionamiento de los centros y a la propia concepción de lo que debe ser el proceso de enseñanza-aprendizaje y en qué debe consistir el curriculum.
A continuación se desarrolla una segunda parte en el libro, más esperanzadora. ¿Las alternativas son posibles? Desde este interrogante se van desgranando propuestas que se han venido desarrollando a lo largo de los últimos tiempos, o que se han reeditado, desde experiencias anteriores, pero que actualmente se reconocen como parte de la lucha frente a la globalización neoliberal. En este marco se proponen en el último capítulo del libro algunas de las propuestas educativas globales que nos permiten pensar que es necesario y urgente educar en y para otro mundo posible.
Se trata de sumar esfuerzos, unos más pragmáticos, otros más utópicos, unos más inmediatos, otros más a largo plazo, pero que todos son necesarios. Siempre y cuando no se nos olvide que la perspectiva final, que el telón de fondo, la orientación básica ha de ser la construcción de una sociedad más justa, solidaria y libre para todos y todas.
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